Sobre analógico y digital

La fotografía digital aún no me ha reconfortado con los placeres que hasta ahora me proporcionó la fotografía analógica. Convengamos en que soy un ser primitivo, que se satisface rápida y simplemente: la cuestión pasa por los sentidos.

Siendo la vista el sentido en el que se sustenta la fotografía, mi preferencia por lo analógico se basa en dos momentos especiales: el primero ocurre durante la toma, y el segundo, cuando (y cómo) la imagen se hace visible.

Mi preferencia a tomar imágenes analógicamente se da al mantener latente la expectativa, y al saber que no dispongo de una opción ilimitada de tomas, y de que tampoco es necesario hacer decenas de ellas. Una o dos son suficientes: es también un asunto de eficiencia relacionada con los materiales.

Incluyo en mi elección el uso del Tiempo Fotográfico: un ritmo específico en la acción, como en la danza o en la ejecución musical.

Respecto a la primera visión de la imagen procesada, esta me concede una cuota de ‘magia’, cuando la veo aparecer en la penumbra del laboratorio. Es una experiencia que, aunque se repita, no deja de maravillarme, tanto por la irrupción desde el blanco del papel fotográfico como por la toma de conciencia de mi sistema visual, adecuando sus conos y bastones en la tiniebla roja del cuarto oscuro. Aunque suene cursi, prefiero ese tipo de experiencia a la inmediatez fulgurante de la pantalla en la cámara o el ordenador.

En cuanto a lo auditivo, el laboratorio me conforta con el sonido relajante del agua que, haciendo un uso responsable de ella, fluye lentamente mientras lavo los negativos y las impresiones.

Mi sentido del tacto se incrementa notablemente cuando en total oscuridad, coloco la película en el tanque de revelado, y se extrema en los cuidados cuando una vez terminado el proceso, debo manipularla con atención y firmeza.

Mi olfato despierta ante la presencia de los ácidos y el azufre, el metol y su reminiscencia a membrillo, el picor del metabisulfito o los efluvios amoniacales: nada huele como un laboratorio fotográfico en la plenitud de su uso.

Además, e indirectamente, la fotografía me brinda el acceso a distintos sabores: está estrechamente ligada al paladeo del humo de mi pipa mientras elijo los negativos que voy a imprimir, al del mate amargo cuando examino las fotografías impresas antes del entonado y el retoque, y al del café o el té que me acompaña cuando finalmente las contemplo antes de acondicionarlas en sus cajas. Aún no he aprendido a adecuar pausadamente estas actividades cuando trato de editar mis imágenes digitales.

Por si fuera poco, la fotografía analógica me reserva un sabor directo, percibido cuando los vapores provenientes de las cubetas alcanzan mis papilas. Hay procesos y técnicas que me hacen ‘degustar’ la fotografía mientras se está creando.

Más de treinta años en estas experiencias gustativas me sugieren que no han sido nocivas. Una caminata por el barrio (con un aire bastante bueno, por cierto) remueve todo vestigio de la atmósfera del laboratorio.

Pero (y valga la redundancia) en esta degustación analógica/digital, todo es cuestión de gustos. Como dije al principio, mis gustos primitivos poco conocen de las delicias de otros placeres seguramente más sofisticados. Por el momento, dejaré los pixeles para más adelante, cuando crezca en mí un refinamiento sibarítico del que hoy no me siento capaz ni merecedor.

Acerca de «Algo personal»

Algo Personal es una colección de escuetos pensamientos y opiniones a los que intenté dar un cierto orden. No lo logré. Perdí el control cronológico de las experiencias y las ideas.

No obstante, decidí comenzar a dejarlos por escrito, aunque sea para ejercitar la memoria. Además de recuerdos pienso incluir descripción de nuevos proyectos, de manera que espero que el propio blog sea una herramienta útil para motivarme a terminar lo empezado.

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